Por Silvina Pezzetta
Hace unos años, el filósofo Peter Singer ideó un experimento mental para mostrar la manera en que reaccionamos frente a situaciones en que la vida de nuestros congéneres corre peligro. El ejercicio que propuso era asÃ: imaginá que vas caminando por una calle solitaria y, de pronto, ves una nena de unos cuatro años ahogándose en una zanja. Rápidamente te das cuenta de que no hay nadie más cerca y, lógicamente, la salvás. En ese acto arruinás tus zapatos nuevos, que te costaron un monto considerable. Pero, esto último, ni siquiera fue algo en lo que ponerse a pensar ya que de lo que se trataba era de salvar la vida de alguien. ¿Quién dirÃa que no harÃa lo mismo que el protagonista de este experimento? ¿Quién preferirÃa conservar sus zapatos? Singer nos obliga, entonces, a pensar por qué en casos en que los hechos son diferentes, aunque el resultado es exactamente el mismo –la muerte-, elegimos no hacer nada. Aun cuando el costo de ayudar sea equivalente a gastar un dinero que usaremos en algún bien superfluo, como un par extra de zapatos caros. En otras palabras, frente a una situación en la que el desenlace será la muerte, sólo que la cadena causal es más larga y no seremos testigos presenciales de ella, no estarÃamos dispuestos a “arruinar un par de zapatos” para salvar otra vida. El objetivo de Singer es promover la solidaridad y la donación a organizaciones que luchan contra la pobreza proponiendo este ejercicio a audiencias diversas. Él mismo tiene una fundación y promueve el altruismo eficiente.
Pensemos por un momento en el hecho que denunciaron los vecinos de Almagro haces unos dÃas y que salió publicado en un diario de gran alcance nacional: un hombre vive en un auto abandonado. Se sabe que las personas que viven en la calle atraviesan innumerables problemas de salud que los llevará a una muerte temprana (pensemos en el reciente caso de “Pechito”, el hombre que vivÃa en una esquina de Palermo). No basta con que exista un hospital público para tener acceso a la salud. Vivir en la calle es una manera de morir lentamente. FrÃo, falta de acceso a un baño en condiciones para higienizarse, falta de sueño reparador, falta de comida y bebida en cantidad suficiente y saludable. Igual, o peor, es el daño psicológico y afectivo que sufren quienes viven en las veredas, o en un auto como en este caso.
Agresiones, invisibilidad, indiferencia, desprecio e, incluso, ¡son causantes de temor! ¿Qué pasarÃa si, en lugar de verlo todos los dÃas, en ese auto, lo vieran de repente en la vereda con una herida grave? HabrÃa, sin duda, más de un vecino que se acercarÃa para auxiliarlo y llamar a la ambulancia. Para salvarlo. ¿En qué cambia, entonces, la situación? El costo de una pieza en una pensión, por mes, ronda los 1800 pesos mensuales. ¿Y si 20 personas pusieran entre todos esa suma? ¿Cuánto representarÃa para cada uno? ¿Cuánto representarÃa para el hombre que se refugia en el auto? Por supuesto que, se podrá decir, eso no es la solución. Claro que no. Pero no hacer nada, tampoco es una solución. Dejemos, además, de lado la burocrática y lentÃsima salida estatal (si es que se puede decir que hay una).
Me atrevo a pensar que uno de los factores que cambian la manera de actuar frente a las situaciones revisadas es la atribución de responsabilidad que creemos que otras personas tienen sobre su propio destino. Es posible que, ante personas en situación de pobreza y marginación, muchos crean que se trata de una elección o el resultado de una suma de malas decisiones. Luego, no hay obligación de hacer nada por ellas. Si alguien desea ayudar será, en todo caso, un acto loable pero nada más. A esta explicación le podrÃa agregar una idea complementaria y dominante en nuestras sociedades: somos autores de nuestros destinos. Y de ella, la cantidad de representaciones e imágenes que la acompañan, desde la “ley de la atracción”, hasta la agotadora prédica del esforzarse para lograr los objetivos o el sueño americano recreado uno y otra vez en cine y televisión. Aunque hace mucho tiempo que la sociologÃa y la economÃa abandonaron estas explicaciones individualistas sobre qué condiciona nuestra suerte en la vida, todavÃa pensamos asÃ. Quizás el experimento de Singer, sin cuestionar problemas estructurales, sirva para pensar nuestras acciones individuales. Y, en lugar de sentir miedo y denunciar, elijamos ayudar a paliar el sufrimiento ajeno.
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Fuente: Revista Anfibia