Obama bajó la persiana.

La oposición en el Congreso rechazó el presupuesto 2014 de Barack Obama en repudio a la asistencia médica universal, y el gobierno federal debió suspender a 800 mil empleados. Un futuro incierto y peligroso.

El 1 de octubre fue un “día de las brujas” en Estados Unidos. En el país bipartidista, cada partido político percibía como un maleficio nacional las fuerzas que su rival dejaba libres en esa precisa fecha. El primer día del mes se abría la inscripción online del plan de salud estatal abierto por primera vez en la historia norteamericana para los cincuenta millones de personas sin cobertura médica en una nación de 300 millones de habitantes. Y el mismo día comenzaba, según la legislación estadounidense, el año fiscal 2014.

Hasta último minuto, la oposición republicana en el Congreso buscó posponer por un año el inicio efectivo de la reforma sanitaria del demócrata Barack Obama. Ofrecieron aprobar el presupuesto 2014 sólo a cambio de aplazar por un año la aplicación de la ley de salud pública, que repudiaban como “socialista”. Ante la negativa presidencial, e impulsados por la derecha del partido, no votaron el nuevo presupuesto, y así dejaron sin fondos a la administración pública y sin servicios “no esenciales” a la ciudadanía. En la práctica, fue un government shutdown, un bajar la persiana del gobierno federal. Casi un millón de empleados públicos perdió súbitamente su salario: el primer día de octubre recibieron en sus domicilios la notificación de no ir a trabajar. Pero el mismo día, un millón de personas se inscribió online en la página nacional de salud pública para acceder a la primera cobertura médica de sus vidas. Con un discurso desde la Casa Blanca, Obama apuntó la ironía de la situación: en su “cruzada ideológica”, los republicanos quisieron impedir el acceso de la ciudadanía a la salud, pero sólo consiguieron detener el funcionamiento del Estado federal. El obstruccionismo opositor puede ser más grave, y de consecuencias más vastas e internacionales, si continúa hasta el 17 de octubre. El Congreso debe votar una elevación del techo de la deuda pública: si no lo hace a tiempo, Estados Unidos entrará en default.

Salud pública e ideología neoliberal. Ninguna ley fue tan importante para Obama como el Affordable Care Act, la ley que procura ofrecer un plan de seguro médico al alcance de cada bolsillo. Es la ley que quiere legar como la mayor contribución de sus dos presidencias. Ya su antecesor demócrata, Bill Clinton, se había visto forzado en la década de 1990 a abandonar el propósito de mejorar el acceso a la salud. Es que ninguna otra iniciativa repudiaron con mayor vigor y constancia, tanto entonces como ahora, los republicanos. A este vigor auxilia una tradicional ideología antiestatista de las bases, robustecida por las acciones y la militancia del llamado Tea Party, el sector más activista y más a la derecha en la configuración actual del Partido Republicano. Toman su nombre de una “Fiesta del Té”, origen mítico de la independencia norteamericana de 1776. Unos agitadores que repudiaban los gravámenes impuestos por el Estado de entonces (la corona británica) subieron disfrazados de osos a barcos de importadores en el puerto de Boston, y arrojaron té y mercaderías al agua. Esta demonización del sistema impositivo como forma por excelencia de la opresión anima a los republicanos, que deploran que el dinero de la asistencia médica para los menos favorecidos salga del bolsillo de los más ricos según la ley que llaman “Obamacare”.

Lobbies empresarios y medicina popular. Las empresas de salud, que se verán obligadas a aceptar, según la nueva ley, a asociados con enfermedades previas en condiciones de menor lucro para ellas, estuvieron entre las que hicieron un lobby que sustentó el despliegue ideológico y las movilizaciones de los republicanos, tanto de las bases como de los políticos electos. Décadas atrás, los republicanos eran esa “mayoría silenciosa” a la que Richard Nixon había cortejado para convertirse en presidente en 1968; con ocasión del Obamacare, la derecha se convirtió en un partido de masas movilizadas, visibles y audibles en las calles, como lo fueron en los últimos tres años y medio, después de que la ley de reforma sanitaria fuese debatida, aprobada y después cuestionada –sin éxito– su constitucionalidad ante la Corte Suprema. La aplicación de la ley comenzó el 1 de octubre. En verdad, el Affordable Care Act está lejos de ofrecer medicina universal y gratuita para los ciudadanos, como ocurre en la Unión Europea o en el Mercosur. Lo que la ley impone es la obligación para todos los ciudadanos de adquirir un seguro (privado) de salud. Contra lo que quiso Obama en un principio, no hay, entre las opciones ofrecidas, una aseguradora estatal para elegir. Quienes no cumplan con esta obligación de asegurarse serán penados con el pago de una multa. Los que ya están asegurados con anterioridad a la ley, siguen en el mismo régimen en el que estaban, sea a título personal o a través de sus empresas. La novedad es que el Estado pagará subsidios a los ciudadanos de bajos salarios para que estos a su vez paguen las primas de las aseguradoras. La ley favorece a los adultos de clases medias bajas y a sus familias. Esta franja –la famosa “cajera de supermercado” que había defendido Hillary Clinton en su campaña durante las primarias demócratas de 2008– es la que más sufría por la falta de un seguro médico. Para los ancianos, ya existía la cobertura Medicare, y para los pobres la cobertura Medicaid.


Eclipse internacional. No sólo por los turistas enfurecidos ante museos y parques nacionales cerrados sufre la imagen internacional de Estados Unidos con el cierre del gobierno. La decisión de los representantes republicanos llega pocos días después de la discutida gestión de la crisis tras el ataque con armas químicas en Siria. El ánimo de intervenir contra Bashar Al Assad cedió frente a una propuesta del Kremlin de administrar el desarme químico del régimen de Damasco, lo que permitió que la Rusia de Vladimir Putin ganara un rol diplomático protagónico.

Si antes del 17 de octubre el Congreso norteamericano no vota elevar el techo de la deuda, el Tesoro no estará en condiciones de honrar los pagos. Técnicamente, Estados Unidos entrará en default: una situación que jamás vivió en su historia, y cuyas consecuencias mundiales resultan imprevisibles. En un libro que será distribuido en las próximas semanas, y del que la prensa ha dado a conocer extractos (El mapa y el territorio), el conservador liberal Alan Greenspan, anterior titular de la Reserva Federal, asegura que la economía de Estados Unidos ha sorteado la crisis, pero que enfrenta un nuevo peligro: la radicalización del Partido Republicano impuesta por la derecha del Tea Party.

Contando los votos. “Los representantes republicanos reclaman un premio por hacer algo que es su trabajo”, dijo Obama de los congresistas de la Cámara baja, donde el partido opositor tiene la mayoría –en el Senado son más los demócratas–. “Obama habla con Rusia, habla con Irán, pero no quiere dialogar con los republicanos”, declaró a los medios Newt Gingrich, el mismo líder conservador que en 1996 guiaba a los republicanos en el shutdown contra Clinton. Sin embargo, Obama canceló su gira por Asia y anunció que entrará en conversaciones. La posición más extrema, más a la derecha, la de Gingrich y el Tea Party, había sido la que acabó por imponerse en el Partido Republicano.

Contra las encuestas. Una de la cadena CNN reveló que el 46% de los sondeados culpa a los republicanos por la parálisis del gobierno, mientras que sólo un 36% atribuye responsabilidad al presidente Obama. Según pudo saberse por blogs políticos de Washington, el propio John Boehner, jefe de la bancada republicana en la Cámara de Representantes, se había pronunciado en contra de subir la apuesta contra el Obamacare hasta el punto de llegar al shutdown. Según calculaba, un bloqueo de la administración y de los servicios públicos provocado por la derecha podía hacer perder a los republicanos las elecciones de renovación legislativa de noviembre de 2014. Sus adversarios en la interna partidaria consideraron excesivas esas preocupaciones. Evocaron el precedente de la era Clinton, cuando 26 días de shutdown no dañaron seriamente la economía ni afectaron electoralmente a los republicanos de Gingrich. Es cierto que entonces Estados Unidos vivía un boom económico y hoy sobrevive a un crac. Peligros hubo que sufrió la presidencia demócrata. Con menos gente en la Casa Blanca, durante un shutdown aprovechó la becaria Monica Lewinsky para acercarse a Bill Clinton.

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