Por Dante Leguizamón
Foto Colectivo Manifiesto
El dÃa de la tormenta IsaÃas viajaba con sus papás y sus cuatro hermanos. Iban a la iglesia. Viven en barrio La Quebrada pero el domingo después de una tormenta de 12 horas cruzaban el puente Lavalleja (en barrio Ñu Porá) cuando la camioneta dejó de responder. El papá ayudó a salir a sus tres hijos más grandes, pero cuando volvió por su mujer, la ola se habÃa llevado la Trafic.
Evelin fue encontrada muerta varios cientos de metros más adelante. TenÃa cinco años. Hizo el jardÃn con mi hija Juana. Su mamá, Nilse, también murió. IsaÃas fue compañero de mi hijo Iñaki el año pasado. Este año empezará la secundaria. Hace unos dÃas le di un abrazo y lo invité a jugar a casa.
—En estos dÃas lo quisiera tener conmigo… — me dijo su papá, el hombre al que el agua le llevó a su compañera y a su hija.
Cinco kilómetros antes, en La Quebrada, Mario Acebal fue uno de los primeros en sufrir la ola. HabÃa ido a buscar a su mamá, una señora mayor. Mientras el agua los arrastraba con auto y todo, un vecino que estaba en el Hotel California logró abrir la puerta y sacar a la madre. Cuando Acebal logró salir vio pasar a alguien arrastrado por la corriente. No alcanzó a ayudarlo.
En todo el pueblo hay historias asÃ. Héroes y tragedias. La misma creciente destruyó la Plaza Los Mimbres, el lugar donde jugaban los chicos de La Quebrada. Un espacio que fue construido de manera irresponsable por la municipalidad a la altura del rÃo hace apenas unos cuatro años.
El hombre al que Acebal y otros vecinos trataron de salvar serÃa Carlos RodrÃguez, el placero del centro de la ciudad, que se habÃa ido a vivir por esa zona. RodrÃguez fue encontrado muerto varios kilómetros más adelante, contra un árbol.
RÃo Ceballos es una ciudad de las Sierras Chicas, una región dentro de lo que podrÃa denominarse como el Gran Córdoba, el territorio suburbano que rodea la capital de la provincia. Del caso Nisman acá no habla nadie.
El domingo 15 de febrero a la madrugada empezó a llover y nunca paró hasta la noche del lunes. El agua siguió cayendo por varios dÃas más. Aquella primera tormenta lanzó 264 milÃmetros que produjeron la creciente más grande de la que se tenga memoria. La creciente no sólo afectó mi pueblo, sino también todos los de la región.
En total el 15 de febrero de 2015 murieron ocho personas. Cuatro en RÃo Ceballos: Nilse Paola Aubert, su hija Evelin, Carlos Alberto RodrÃguez y Juan Roberto Castro. En Sinsacate murió un hombre de 34 años que rescató del agua a su mujer embarazada pero no pudo evitar ser llevado por el agua. Se llamaba Jorge Luis González. Las otras vÃctimas, también de Sinsacate, son Jorge Moyano y LucÃa Peralta, que murieron dentro de su automóvil, y por último, en Ascochinga, una chica de 21 años llamada Mariana Di Marco, que estaba acampando y fue encontrada varios dÃas después, ahogada.
El gobernador José Manuel De la Sota dijo que fue un tsunami del cielo, pero nosotros sabemos que, además de eso, lo que pasó fue que vivimos en ciudades que fueron construidas negando el rÃo o, mejor dicho, faltándole el respeto al agua.
Además de RÃo Ceballos, ese dÃa también sufrieron inundaciones Ascochinga, Agua de Oro, Cerro Azul, La Pampa, Salsipuedes, Villa Allende, Mendiolaza, Unquillo, Jesús MarÃa y Sinsacate. Pero esta no es una crónica periodÃstica. Yo no deseo dar datos duros. Necesito hablar de mi pueblo.
Cuando vine a vivir a RÃo Ceballos mi mamá apenas tenÃa plata para la comida. En mi cumpleaños de cinco apareció una vecina, la Chita, con una torta de regalo. El almacén de la Chita era famoso en Ñu Porá pero ahora se lo llevó el rÃo. La Chita se salvó de verlo porque murió hace un año.
Pasé la infancia en barrio Santa Fe. Con mi hermana Andrea al regresar del colegio jugábamos a que nuestras manos eran avioncitos que aterrizaban en las barandas del puente Las Palmas. El rÃo se llevó nuestra pista de aterrizaje. En esos años con Adrián Roldán, el Tata Saligoi, Perchin y los hermanos González nos metÃamos en el monte y hacÃamos escapadas a la pileta de Luisito. Allà observábamos la obra que nos parecÃa impresionante en la que se construÃa el puente Bregante. El domingo la pileta de Luisito desapareció. Al puente Bregante hay que hacerlo de nuevo.
A los cinco años el Tata Saligoi murió de cáncer. Un dÃa fui a buscarlo para ir a jugar y no estaba más. Me pregunto qué recuerdo dejarán las vÃctimas del temporal en la memoria de mis hijos.
Un poco más atrás de lo que fue la pileta de Luisito, vive la familia GandÃa. Sus numerosos integrantes tienen el karma de la mala reputación y son estigmatizados por pobres, por raros, por vagos, por lo que sea. Varias veces el municipio ha tratado de sacarlos de allà argumentando que corren riesgos por estar instalados sobre el antiguo cauce del RÃo Ceballos. Ellos nunca se fueron. El domingo a la mañana Carlos Ahumada, jefe de las cuadrillas municipales, los fue a buscar.
—Viene la creciente. Tienen que salir.
Los GandÃa echaron a los empleados municipales a los gritos minutos antes de que el agua pasara llevándoles todo. Hasta un camión.
El territorio ocupado por los GandÃa ofrece una fotografÃa de la desigualdad entre las clases sociales de RÃo Ceballos. Mientras ellos ocupan un antiguo tanque de agua de pozo aggiornado precariamente como vivienda familiar desde hace 50 años, al frente se encuentra la ostentosa residencia de uno de los ricos del pueblo: Marcelo Periales, el dueño de Neverland, una cadena de juegos con 20 locales en grandes centros comerciales de Argentina y cuatro en España.
Por varios años Periales y el clan GandÃa se disputaron el rÃo. Los GandÃa con cartones y autos desvencijados. Periales con su billetera. El empresario construyó un doble muro de contención con el que le ganó 500 metros al rÃo que se convirtieron en el parque de su casa. El padre de los GandÃa me contó que el empresario compró ocho camionadas de piedra y otras tantas de arena para hacer la obra. Con plata y prepotencia Periales desvió el curso del rÃo haciendo que los terrenos de enfrente perdieron gran parte de su superficie. Hasta el domingo los GandÃa eran “un problema” para el pueblo. Periales, que murió el año pasado, una especie de ejemplo. El muro del poderoso sobrevivió intacto a la creciente, pero a causa de esa obra los GandÃa casi mueren ahogados.
El desvÃo del rÃo que produjo el empresario Periales fue uno de los tantos delitos naturalizados por las diferentes administraciones municipales que fueron determinantes para que la tragedia fuera lo que fue. Pero la falta de planeamiento urbano no es sólo responsabilidad del Estado. También nosotros, los vecinos, accedimos a que esas cosas ocurrieran.
La responsabilidad de los gobiernos de los últimos 40 años que le faltaron el respeto al rÃo puede resumirse en una anécdota. Me contó mi amigo Flay, gran basquetbolista en nuestros años mozos y propenso desde aquellos tiempos a arreglar sus problemas con los puños.
—Cuando éramos chicos nos subÃamos a cámaras de tractores y nos tirábamos donde empieza el rÃo, en La Quebrada. Navegando llegábamos hasta barrio Loza. Hasta hace quince dÃas donde antes habÃa rÃo, habÃa casas.
Ahora hay rÃo nuevamente. RÃo Ceballos tiene un largo de unos 8 kilómetros. Limita en una punta con el dique La Quebrada donde hay un embalse que da agua a toda la ciudad. El pueblo termina cuando el último barrio, Loza, se une con Unquillo, la ciudad siguiente.
Cuando vino la primera creciente (fueron tres) nadie avisó. Cuando vinieron las otras dos, tampoco. El dique rebalsó.
Hasta el momento he contactado a 13 familias que, de repente, se enteraron de que su casa fue construida sobre una vertiente. Después de la tormenta el agua apareció asÃ, como de la nada, y no para de correr. Agua en la pieza, agua en el baño, agua que entra por la puerta de atrás y busca salir por la puerta de adelante.
A la creciente del RÃo Ceballos se sumó la creciente de otro rÃo: el Mal Paso. Un arroyo que supuestamente estaba seco y ahora es un rÃo que corta la ciudad en dos. Allà Mario Alice (abogado, ex Asesor Letrado del municipio) construyó otro muro sobre el cauce que, como ya pasó en otras crecientes en el año 2000, desvió el arroyo afectando a las familias que viven sobre la calle Alberdi. Alice murió, pero su muro persiste, igual que la desidia de la Dirección de Agua y Saneamiento provincial y del municipio.
El estado nunca tuvo el valor de limitar a ninguno de los buenos vecinos que decidiera extender su propiedad sobre los cauces naturales del agua. Lo mismo pasa en las otras ciudades de la región. El avance inmobiliario y la distribución de la tierra o, mejor dicho, el robo de terrenos con la complicidad de quienes manejan información sobre los contribuyentes, es algo que conocemos todos los habitantes de las sierras.
Muertos.
El martes murió otra persona: un hombre mayor, Fernando Palacios, a quien le faltaba una pierna. De milagro habÃa sobrevivido a la creciente del domingo, pero aunque se trató de convencerlo de dejar su casa, él se negó. Después de intentar evacuarlo con bomberos y con gendarmerÃa, un grupo de psicólogos voluntarios habló con él y lo encontró bien, de buen ánimo y con estrategias que permitÃan que, en caso de otra creciente, su vida no corriese peligro. El que no estaba en condiciones de soportar la angustia era su corazón. Don Palacios murió la noche del miércoles de un infarto masivo.
La angustia es algo que anda dando vueltas por el pueblo. Todos en alguna medida hemos sido vÃctimas de lo que pasó, y lo cierto es que los medios de comunicación hicieron bastante para ese estado de ánimo colectivo se profundizara.
Soy periodista desde hace mucho y partidario de que los medios publiquen todo lo que sea verdad o esté chequeado verazmente. No sé qué hubiera hecho si me hubiera tocado trabajar durante la catástrofe; no me interesa juzgar a mis compañeros, pero creo que es útil analizar la mecánica mediática para saber hasta qué punto una información falsa o mal chequeada puede ser peligrosa.
De acuerdo a lo que hablé con los vecinos-vÃctimas-damnificados hubo tres momentos graves. El primero a las 2.30 de la mañana del domingo en que se produjo la tragedia. El segundo a las 11 de la mañana de ese mismo domingo. El tercero entre las 15 y las 16, aunque quizá este último haya sido parte del segundo.
El domingo 15 de febrero, mientras se vivÃa la segunda y más grave de las crecientes, uno de los medios de comunicación más importantes de Córdoba divulgó una información falsa: “Se abrieron las compuertas del Dique”. El Dique La Quebrada no tiene compuertas. Sólo posee una válvula en la base que hace años que no se abre. La noticia, que puede ser un simple error, pudo tener consecuencias gravÃsimas.
El siguiente ejemplo lo confirma: cerca de las 17, entre la gente que estaba sobre los techos esperando que Defensa Civil pudiera llegar a salvarlos, comenzó a circular el rumor de que “la radio” anunciaba que se abrirÃan las compuertas nuevamente. Era falso. Asà fue que un grupo de diez personas (entre ellos mi amiga Soledad, embarazada de cuatro meses, sus dos hijos de 6 y de 4 años, y su compañero Federico) entraron en pánico e impulsados por la noticia decidieron arriesgar la vida y dejar la casa con sus hijos atados a una soga, entre la corriente violenta y los postes de luz caÃdos. Sobrevivieron, pero las compuertas no se abrieron y ellos hubieran estado mucho más seguros en su vivienda inundada que en la calle, a merced de la corriente.
Otras dos radios difundieron rumores sobre más muertos de los que en realidad existieron. Cuento esto: El dÃa que llegamos a Loza con un grupo de voluntarios a realizar el primer relevamiento después de que el barrio hubiera estado aislado, vivà una experiencia educativa. Estábamos haciendo el primer recorrido y un vecino empezó a insultar porque habÃan abierto las compuertas. LucÃa y Sol (unas de las tantas jóvenes que pusieron el cuerpo para ayudar) le explicaron que no.
—Si lo dijo la radio… —argumentó el señor.
—Le aseguramos que eso es falso- contestaron las chicas, que me pidieron a mà que le explicara que también trabajo en la radio y que el asunto de las compuertas no estaba comprobado.
El vecino replicó:
—Pero ustedes están jodiendo. ¿Cómo va a mentir la radio si desde que se sancionó la ley de medios no los dejan mentir más?
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Fuente: Revista Anfibia