SEPARADAS AL NACER.

María del Carmen escuchó en televisión que un nieto recuperado por las Abuelas de Plaza de Mayo contaba que cuando empezó a sospechar le pidió a su supuesta madre que le mostrara una foto de su embarazo. María del Carmen hizo lo mismo. Marta le dijo que en aquella época no era tan común tener cámara. Para cada una de sus preguntas, los padres de María del Carmen tenían respuesta precisa. ¿Cuánto pesé al nacer? Tres kilos y medio. ¿Dónde nací? En el Hospital Ramos Mejía. ¿Cómo fue el parto? Natural. ¿Por qué me pusiste María del Carmen? Porque le hice una promesa a la Virgen del Carmen. ¿Qué promesa? Las promesas no se dicen.

Fotos: Diego Sandstede

 

 

Por: Daniel Riera - Fotos: Diego Sandstede

Un día, a los 40 años, María del Carmen Varela, supo dos cosas: que era adoptada y que tenía una hermana melliza. Lo supo el 8 de abril de 2012, Domingo de Resurrección, en el sanatorio Güemes. Se lo dijo su madre, Marta Ferradas, y ella casi de inmediato comenzó la búsqueda. Marta murió el 25 de abril. El 1º de mayo, una semana después, María del Carmen conoció a su otra madre –Lucía Lobato, la persona que la trajo a este mundo. El 8 de mayo, María del Carmen, a quien su familia y amigos siempre llamaron Mary –pronunciándolo tal cual se escribe y nunca “Mery”, como la fonética obligaría– también conoció a Andrea Adamo, la hermana melliza cuya existencia ignoraba, la hermana melliza que la buscaba desde hacía doce años.
Durante buena parte de su infancia, María del Carmen sospechó que era adoptada. Se crió en el barrio de La Paternal, en una casa que estaba al fondo de la misma bodega en la cual trabajaba su papá. Allí vivieron hasta que Mary cumplió 21 años. Luego se mudaron: Ricardo Varela se había jubilado y no había razones para que se quedaran en esa casa. Poco después, Ricardo murió. Mary está convencida de que no soportó vivir sin trabajar.
–Mi papá –dice–  vivía para su trabajo. Mi mamá, en cambio, estaba muy pegada a mí. Era una mujer muy linda con ojos de un color bastante extraño, entre verde y castaño, y tenía pequitas en los ojos, unos ojos hermosos que nunca vi en otra persona. Yo no me veía parecida a ella.
Durante la escuela primaria –seguramente, a partir de alguna broma de sus compañeros–María del Carmen tomó conciencia de que era morocha: su cabello negro, sus ojos café, nada tenían que ver con los de sus padres. Ricardo le dijo que tenía los ojos chiquitos, iguales a los de él, Marta le dijo que tenía la misma nariz que ella. A Mary le pareció que su nariz era más recta que la de su madre, pero pensó que tal vez cuando ella creciera, las narices se parecerían.

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Andrea Adamo tenía una buena razón para sospechar que algo extraño ocurría: no tuvo Documento Nacional de Identidad hasta los 14 años. Para la ley fue algo así como una N.N. Vivió en Palermo, Pilar, Castelar, San Telmo, en varias casas de Lanús, siempre alquilando. Su padre, Julio José Adamo, fue operador de IBM, vendedor de aceites, vendedor de lo que fuera. Su madre, Irma Dora García, trabajó fugazmente vendiendo papas y batatas y después se dedicó a criarla.

Los Adamo no mandaron a su hija al jardín de infantes, pero no podían eludir la obligación legal de mandarla a la escuela primaria. Algún día, el colegio Eccleston de Lanús deberá explicar cómo fue que tuvo una alumna que hizo toda la primaria sin que sus padres presentaran jamás un documento. Por algún extraño mandato inconsciente, en su boletín de calificaciones, en el espacio para la firma del “Padre, tutor o encargado”, Andrea se acostumbró a tachar la opción “Padre”. No pudo empezar la secundaria en 1984 porque no le habían hecho el DNI. En 1985, finalmente, sus padres se presentaron en el Registro Civil. Andrea se ríe, ahora, de la candidez con la que aceptó las disparatadas excusas de sus padres.
–Cuando les pregunté por qué no tenía mi DNI, me dijeron que le habían encargado que me lo hiciera a un hombre del barrio, pero que el hombre no me lo hizo. ¡Cualquiera! De todos modos, no sospeché nada. Con mi papá me llevaba más o menos bien cuando era chiquita. Con mi mamá, nada. Cero. Nunca demostró interés, nunca me prestó atención. En mi adolescencia se puso todo más difícil con los dos. Yo me quejaba porque no tenía mucha comunicación con ellos. Se los planteé y se rieron, me dijeron De qué querés hablar. A los 16 años quedé embarazada y mi papá no me dejó seguir yendo a la escuela.                                

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Un día María del Carmen escuchó en televisión a un nieto recuperado por las Abuelas de Plaza de Mayo contar que cuando empezaron sus sospechas le pidió a su supuesta madre que le mostrara una foto de su embarazo. Le pidió eso mismo a Marta. Marta le dijo que en aquella época no era tan común tener cámara. Para cada una de sus preguntas, sus padres daban respuestas instantáneas.
– ¿Cuánto pesé al nacer?
–Tres kilos y medio.
–¿Dónde nací?
–En el Hospital Ramos Mejía.
–¿Cómo fue el parto?
–Natural.
–¿Por qué me pusiste María del Carmen?
–Porque le hice una promesa a la Virgen del Carmen.
–¿Qué promesa?
–Las promesas no se dicen.
Para zafar de la curiosidad de su hija, Ricardo le dijo a Mary que había salido igualita al tío Pocho, el tío morocho de los Varela. A los 15 años, unos meses antes de que su hermana quedara embarazada, María del Carmen conoció a Pocho el Morocho, se quedó tranquila y no volvió a preguntar si era adoptada.

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Apenas se enteró de que Andrea estaba embarazada, el padre de la criatura desapareció del mapa. Luego reapareció. Luego desapareció de nuevo. Sus padres, Irma y Julio, le ofrecieron dos opciones a Andrea: a) mudarse; b) sacarle el bebé apenas naciera. Andrea eligió a), aunque Irma insistió con b): le dijo a Andrea que era muy chica, que no podía tener un hijo, que lo mejor era que lo diera en adopción. Andrea ni siquiera consideró la propuesta y tuvo una hija a la cual llamó Carolina.

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María del Carmen dice que desde chiquita quiso ser periodista, “atravesar la superficie para llegar a lo más profundo”. Ricardo Varela, su padre, le advirtió que se iba a morir de hambre, pero ella de todos modos estudió Periodismo, trabajó en diferentes FMs, en radio El Mundo, y finalmente en la revista MU, cuya base de operaciones es el centro cultural que funciona en la calle Hipólito Yrigoyen al 1400.
Durante dos años, Andrea, la hermana melliza de María del Carmen, pasó prácticamente todos los días por allí. Mu era un punto intermedio entre su casa de entonces en San Telmo y la iglesia que queda en Hipólito Yrigoyen al 2100, donde hacía un curso de tejido. Algunas veces llegó a mirar hacia adentro de Mu, atraída por los vestidos que vendían, pero jamás entró.

Hasta hace un año, Andrea ofrecía sus artesanías sobre la calle Perú, frente a la Legislatura de la Ciudad. María del Carmen pasaba todos los días por ahí: ninguna de las dos puede explicar cómo puede ser que no se hayan visto antes.
En sus juegos infantiles, Mary solía aludir a una imaginaria hermana melliza que la ayudaría a cuidar a sus hijos. Estos juegos angustiaban a su madre adoptiva.
–Se está dando cuenta, se está dando cuenta –repetía Marta Ferradás, preocupada, en reuniones familiares.

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A los 18 años, Andrea tuvo, otra vez sola, a Bárbara, su segunda hija, un año y nueve meses menor que Carolina. A cambio de su ayuda, imprescindible para que Andrea pudiera salir a trabajar, su madre adoptiva le pasó algunas facturas que Andrea no olvidó. Le dijo que su vida nocturna había desaparecido con el nacimiento de Andrea: que nunca más un cine, un teatro, una salida con amigos. Le dijo –y aquí el adjetivo “perverso” encaja con absoluta justicia– que el parto la había hecho sufrir mucho, que había quedado con las piernas abiertas durante un mes. Comentarios como ese ayudaron mucho a que Andrea creciera en la certeza de que Irma no la quería. Un día –delante de Julio Adamo, de Carolina y de Bárbara– discutieron fuerte. Andrea estaba sacada; Irma se las arreglaba para herirla sin siquiera levantar los ojos de su revista de palabras cruzadas.
–Vos no sos mi mamá, porque yo adoro a mis hijas y vos no sentís por mí ni un poquito de lo que yo siento por ellas. Decime la verdad: ¿Quién es mi mamá? ¿Quién es mi papá? –dijo Andrea. Irma permaneció en silencio, inmutable. Julio Adamo, en cambio, empezó a llorar. Y empezó, también, a hablar ante la mirada atónita de quien hasta ese momento suponía que era su hija. Lo que le dijo a Andrea era mitad verdad, mitad mentira. Le dijo que era adoptada, verdad; que su madre biológica trabajaba en una casa de familia,  verdad; que su madre biológica tuvo relaciones con el hijo de la casa en donde trabajaba y la echaron, mentira; que quedó sola en una pensión, verdad; que vivía con una o dos señoras, mentira; que tenía una hermana melliza, verdad; que el nombre de su madre biológica era María Fernández, mentira, y que a ella le había puesto María Mercedes, casi verdad, y a su hermana le había puesto María Marta, verdad.

Andrea dice que su padre tenía rasgos mitómanos, que la historia en sí misma era como una novela, pero que él la hizo más novela con la leyenda de la sirvienta engañada y abandonada.
Fue al Registro Civil, donde no pudieron ayudarla; fue al programa de televisión Gente que busca gente, donde no le prestaron atención porque no tenía datos. Ella alegó que su propio rostro era un dato, que si aparecía por televisión y la veía su hermana melliza, podría reconocerla, reconocerse en ella. No logró convencer al productor. Pasaron los años y Gente que busca gentedejó de salir al aire.
Irma García murió, Julio Adamo murió, Mark Zuckerberg inventó Facebook y a pedido de Andrea, en 2010 sus hijas subieron un perfil con el sencillo título Busco mi hermana melliza.

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En 2006, Marta Ferradás, la madre de Mary, enfermó de Epoc y fue internada. La enfermedad se fue agravando hasta que la internaron por tercera vez el 5 de abril de 2012. Es probable que haya presentido que estaba viviendo sus últimos días: tal vez por eso decidió romper un silencio de 40 años.
En su habitación en el sanatorio Güemes, Marta Ferradás dijo: Tengo algo que contarles. La escuchaban, apenas, la viejita de la cama de al lado y Mary, pero Marta empezó a hablar con cierta pompa, como si fuera a decir un discurso ante un gran auditorio. Como durante sus internaciones Marta mezclaba personajes y situaciones reales con desvaríos, Mary la escuchaba sin prestarle mucha atención.
–Hace muchos años, me trajeron una bebita muy chiquitita, para mí era mi hija, yo la crié como si fuera mi hija.
–Mami, ¿quién era esa bebita?
–Vos. 
Mary escuchó datos, nombres, información, fechas. Para ser un delirio estaba demasiado completo. Marta le contó que una vez, al caerse del colectivo, había perdido un embarazo, que lo volvió a intentar y no pasaba nada, que tomó la decisión de adoptar. Y que su sobrino, Fernando Ferradás, sabía que una chica de Constitución tenía mellizas y no estaba en condiciones de mantenerlas. En ese momento, mientras Mary descubría sus orígenes, sonó su celular: era la tía Ida, quería saber cómo estaba su hermana.
–Bien, ahí anda. Recién terminamos de comer y me acaba de confesar que soy adoptada –dijo Mary.
–¿Cómo? –dijo la tía Ida.
–Sí, tía, me acaba de decir que soy adoptada.
–Ay, Mary, al fin te lo dijo, qué alegría, tantos años esperando este momento...
Mary inició su pesquisa: se movió rápido y bien. Marta le dijo dónde estaba el certificado de nacimiento, Mary se conectó con la asociación civil Raíz Natal. Le dijeron que fuera al registro civil. Fue.
La adopción era perfectamente legal: tenencia provisoria a partir de 1972,  definitiva desde 1975. Dejó una fotocopia: le dijeron que en cuanto tuvieran algún dato la llamarían. Cuando llegó a su casa, la noche del lunes 24 de abril, encontró un mensaje en el contestador: le decían que se presentara en el registro civil cuando pudiera. Pensaba ir al día siguiente, pero no pudo. El martes 25 de abril Marta Ferradás moría en el sanatorio Güemes.
Se fue dormida, tranquila, yo estaba con ella. Es muy doloroso y la voy a extrañar tanto, pero al menos su partida fue en paz y eso consuela. Estoy muy agradecida porque la vida me dio una madre maravillosa, que siempre estuvo conmigo, con su amor incondicional. Soy una afortunada.
(Publicado por María del Carmen Varela el 26 de abril en su muro de Facebook.)

***

El miércoles 26 y el jueves 27 de abril, Mary veló y enterró a su madre. El viernes 28 fue al registro civil. Le dieron fotocopias de su partida de nacimiento: la fecha, hora y hospital que figuraban en el certificado eran correctos.
Supo que su madre biológica la había bautizado como María del Carmen, que Marta Ferradás había hecho un trámite para intentar cambiarle el nombre por María Marta, pero el juez no la había autorizado. Le dieron fotocopias de la partida de nacimiento de su hermana melliza, Mercedes María Lobato. Le dieron el nombre, el número de DNI, y la dirección que figuraba en el padrón electoral de su madre biológica: Lucía Mercedes Lobato.
Supo que ella y su hermana habían sido sietemesinas.
La mujer que la atendió en el registro civil la trató con un cariño incompatible con los estereotipos acerca del trato que la gente recibe en las reparticiones estatales. Le sugirió que fuera sin demasiadas expectativas, que no juzgara a su madre biológica, que la escuchara.
El domingo 3 de mayo, antes de ir al encuentro de su madre Mary tomó la decisión de llamar por teléfono. Una de sus amigas encontró en Internet a una tal Lucía M. Lobato. Mary les pidió a sus amigos que se quedaran cerca y llamó. Al primer llamado no atendió nadie. A los 20 minutos, volvió a intentarlo.
–¿Hola?
–Hola, ¿Lucia?
–¿Sí?
–Decime, ¿vos vivías en la calle Tarija?
–Sí, pero hace muchos años.
–Sí, más o menos…
–¿Quién habla?
–Disculpame que te lo diga así de zopetón, pero mi nombre es María del Carmen. Tengo 40 años y me parece que soy tu hija.
Acordaron encontrarse en la confitería Las Violetas. Mary iría vestida con un saco rojo; Lucía, la madre, de negro.
–Qué parecidas que somos… dijo Mary.
Era la primera vez en su vida que se parecía a su madre. Se abrazaron. No había una mesa libre en Las Violetas: cruzaron a la pizzería Tuñín.
El mismo corte de cara. Los mismos pómulos. Lucía había llegado a los 18 años a Buenos Aires desde un pueblito de Santa Fe llamado El Nochero. Conoció a un obrero de la construcción llamado Walter Viurra González, uruguayo, 23, tal vez 24. Lucía quedó embarazada a los 20 años. Cuando Walter se enteró, se borró del mapa. Lucía rompió bolsa en la pensión donde vivía con su mejor amiga: ni siquiera sabía que existía un contratiempo denominado “Romper bolsa”. Su amiga la llevó al hospital.

Lucía se enteró que iba a tener mellizas recién en el momento del parto. Había pensado un nombre de nena: Mercedes María. Pensó en una de sus hermanas e improvisó el otro: María del Carmen.
En el hospital, Lucía recibió varias propuestas para dar en adopción a sus hijas, incluyendo una del propio obstetra. Dijo que no, que eran sus hijas y que ella las iba a tener. Las crió como pudo hasta que no pudo más. Walter Viurra González llegó a conocer a sus hijas, pero no quiso saber nada con hacerse cargo de la paternidad.
Ahora Lucía dice:
–No sé si fue mi amiga u otra persona que me dijo:
– Yo conozco una persona que quiere adoptar ¿Querés darlas?
–No sé –le dije–, qué hago.
–Primero se la llevaron a María, un chico muy joven, que tendría 18, 20 años, y él me decía “Quedate tranquila, no te preocupes”, y se la llevó, y después a la tarde se la vinieron a llevar a Mercedes, vino el papá (se refiere a Julio José Adamo) y dijo que se iban a Estados Unidos. Se la llevaron, y después nunca más supe nada de ella. Con mi otra hija fue distinto porque la mamá de María (se refiere a Marta Ferradás) quería que fuera todo legal.
Esa noche me acosté en la cama y lloraba. Me alejé de mi familia. Al cabo de bastante tiempo, los volví a ver. Superarlo, no lo superé nunca. Cuando alguien me sacaba el tema, le decía callate, vos no sabés nada.

***

El “chico muy joven” que se había llevado a Mary bebé de la pensión era su primo, Fernando Ferradás. Fernando tenía información útil. En 1971, Julio José Adamo llegó al negocio de fotocopias, donde él y Fernando trabajaban, con la noticia de que había dos bebitas para adoptar. Dijo que él se iba a quedar con una, y que, si Fernando quería, se podía quedar con la otra. Fernando no tenía interés en adoptar, pero sabía que su tía Marta, sí.
Cuarenta años después, Fernando creía recordar que el nombre y apellido de su compañero de trabajo era “Daniel Adamo”. La memoria le fallaba con el nombre. Con el apellido de su hermana, Mary empezó a pensar en los nombres habituales en las mujeres de su edad. Puso “Andrea Adamo” en Facebook y aparecieron unos cuantos perfiles. Clickeó en una foto, y vio a una mujer igual a ella, y además nacida el 28 de octubre de 1971, y que había puesto una página cuyo título era Busco mi hermana melliza.                    

           ***

Hola Andrea. Al fin nos encontramos. Me enteré que soy adoptada hace menos de un mes y comencé a buscarte. No puedo creer lo rápido que te encontré. Estoy muy feliz. Encontré también a nuestra madre biológica y la conocí el martes pasado. Escribime y nos encontramos cuanto antes.
(Publicado por María del Carmen Varela el 4 de mayo en el sitio de Facebook  Busco mi hermana melliza.)
A quienes conocen a Andrea: por favor llámenla y díganle que la estoy buscando. Soy su hermana melliza. Envié mensaje por acá pero por lo visto no se conecta seguido. Le envié un mail con mi teléfono. Estoy muy ansiosa por encontrarla. María del Carmen Varela.
(Publicado por María del Carmen Varela el 5 de mayo en el sitio de Facebook Busco mi hermana melliza.)
Andrea. Yo estoy buscando a mi hermana melliza y me sorprende nuestro parecido. Nos encontramos????? Nací el 28 de octubre de 1971.
(Publicado por María del Carmen Varela el 6 de mayo en el muro de Facebook de Andrea Adamo.)
Hola María, yo soy la hija de Andrea, me llamo Carolina, como mi mamá no entiende mucho de esto del facebook se lo manejo yo, recién leí tu mensaje y vi tu foto y se me puso la piel de gallina, ¿por dónde vivis? ¿Tenés algún teléfono para comunicarnos? ¿Sabés algo de tus padres biológicos o los conocés? Disculpame que te pregunte, recién se lo conté a mi hermana y es demasiado fuerte para las dos, mucho más va a ser para mi mamá, te mando un beso grande.
(Publicado por Carolina Adamo el 6 de mayo en el muro de María del Carmen Varela).

Primer mensaje de texto de Andrea al celular de Mary:
“Hola. Hace una hora me mostraron tu foto mis hijas, sin decirme nada antes y por Dios cómo te explico... Estoy cayendo. Hace doce años estoy esperando este momento. Qué felicidad”.

                                                                           ***

Carolina y Bárbara se sientan en la cama de su madre y le extienden un celular para que lo mire. Andrea no entiende el porqué de tanto entusiasmo: en esos pocos segundos, lo primero que piensa es que una de las dos se compró un aparato nuevo y que se lo están mostrando. Pero no es eso, claro que no es eso. Andrea toma el celular y devela el misterio: lo que le están mostrando sus hijas es una foto, la foto de una mujer igual a ella. Andrea siente lo mismo que sintió Mary el día anterior cuando entró en Facebook. Carolina y Bárbara le pasan a Andrea el número de Mary. Andrea, temerosa, no la llama: opta por escribirle un emocionado mensaje de texto. Mary lee el mensaje y llama en el acto. La conversación es breve: tienen tanto para decirse que no lo van a hacer justamente por teléfono. En ese preciso momento, Mary está reunida con Lucía. Andrea escucha la voz de su madre por primera vez desde que era un bebé. Todo pasa rápido, una novedad tras otra. El teléfono vuelve a Mary, quien le propone a Andrea un encuentro ese mismo día. Andrea le dice No, disculpame, estoy shockeada, necesito procesar esta información. Al día siguiente se encuentran en el Bar Británico. Andrea toma el farragoso 188 desde su casa de Lanús, se baja en la esquina de Paseo Colón y Brasil, a una cuadra del bar. La acompaña una amiga. Cruzan Paseo Colón. La amiga las ve primero a Mary y Lucía, paradas, expectantes, en la puerta del Británico. La amiga le dice a Andrea Ahí están tu mamá y tu hermana, y se va llorando. Andrea llora. Mary está un poco más tranquila. Se juntan las tres en un abrazo, entran en el bar y empiezan a hablar de todo lo que no hablaron en los últimos 40 años. Lucía termina de sacarse un peso de encima: tenía mucho miedo de que sus hijas la rechazaran. Andrea le dice que la entiende, que sabe en carne propia lo que es ser madre soltera, que si no hubiera sido por Irma, no habría podido criar a Carolina y a Bárbara.

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Dolores mellizos. Lo dicen casi con las mismas palabras, en diferentes momentos. Lo dice cada una de las dos, a título personal.  Lo dice Mary: lo único que me duele es que nos hayan separado siendo hermanas mellizas. Lo dice Andrea: lo único que me duele es que nos hayan separado siendo hermanas mellizas.

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Hasta ahora, ninguna de las dos hermanas llama “mamá” a Lucía Mercedes Lobato. Andrea se muere por decirle “mamá”, pero no la quiere atosigar. Mary prefiere, por ahora prefiere llamarla “Lucía” y dejar que el tiempo haga su trabajo. En abril murió Marta Ferradás, la persona a la cual Mary reconoció como su madre durante 40 años. En mayo, Mary encontró a la vez a su madre biológica y a su hermana melliza. Si no fuera por esta nueva realidad, dice, solo estaría llorando la pérdida. Ahora llora la pérdida y al mismo tiempo celebra el encuentro.
El domingo 7 de junio de 2012, Día del Padre, María del Carmen Varela visita a su hermana melliza, Andrea Adamo, en la casa donde Andrea vive con su esposo, con Isabel –su más reciente hija, de cinco meses– y con su tía, en la ciudad de Lanús. Son doce personas en la mesa, si contamos también a las dos hijas mayores de Andrea y a sus respectivos compañeros, y a sus hijos, y a Lucía Lobato, la madre de Mary y de Andrea. ¿Qué tiene de particular esta reunión familiar?  Bueno, un detalle: Mary y Andrea tienen 40 años y se conocieron hace un mes. Hace un mes, también, las dos hermanas conocieron a Lucía, su madre. El domingo 7 de junio, Día del Padre, en esta casa de Lanús hay algunos padres sentados a la mesa familiar, pero aquí se celebra otra cosa: un encuentro que esperó 40 años, tres mujeres que se conocen y se reconocen.

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