Bielsa, nuestro fútbol y el amor.

UN HOMBRE INCOMPARABLE.

Por Tomás Abraham.

Bielsa, nuestro fútbol y el amor

1. El desprecio
Cuando Vélez salió campeón y la hinchada fortinera gritaba por el equipo del Loco Bielsa y su ballet, ni miró a la tribuna. Su indiferencia era casi provocativa. Pensé que quizás le llevó un tiempo plasmar sus ideas y lograr el apoyo popular, más aún si se consideraba que la sombra de Bianchi no era fácil de disipar. Supuse como hincha bien intencionado que se trataba de un hombre poco afecto a la fama y un ser solitario que dejaba los laureles una vez conseguidos.

Pero un saludo con la mirada y una mano que se levanta no era un gesto desmedido aquel día de campeonato para compartirlo con el mundo velezano.

Cuando la selección fue eliminada en la primera ronda en el mundial de Japón y la tristeza sin bronca nos dominaba a los futboleros, se refugió en su campo sin saludar ni consolar a los millones de aficionados que lo acompañaron durante años.  Pensé que era Napoleón en la isla de Elba luego de Waterloo. La grandeza del solitario a pesar de la derrota.

Cuando un grupo de amantes de la selección argentina fue a Ezeiza para recibir y alentar a una selección humillada, cuando el resto del país aceptó la descalificación con dignidad y sin resentimiento, se hablaba del dolor del técnico por la ingratitud de los hinchas. ¿Cuál ingratitud?

Algún suceso aislado en el que un periodista se quisiera tomar una revancha por una cuenta pendiente o que se le hicieran reproches a Verón por una supuesta falta de entrega, no tuvieron peso en comparación con el mayoritario dolor padecido en silencio y el deseo de que Bielsa siguiera al frente del seleccionado nacional.

Cuando se lo volvió a convocar para dirigir la selección en las eliminatorias de 2006 para alegría de la afición, nos cayó un nuevo balde de agua helada luego del campeonato olímpico y del vicecampeonato sudamericano, al anunciar sorpresivamente que dejaba el cargo en medio de la competencia con un pretexto de cansancio y un rumor, que no explicitó, de enfrentamiento con el establishment de la AFA. Entonces nos preguntábamos si eso de quedar atónitos poco tiempo atrás no señalaba al repetirse el desplante una vez más, algún pecado original del que nunca nos redimiríamos.

Nuestra deuda con el loco Bielsa debía ser infinita para que él fuera acreedor de una cuenta tan abultada. Aún no sabemos de cuánto y por qué.

Su personalidad atractiva por presentarse como incorruptible, su fobia a los medios y a las apariciones públicas que pueden despertar la simpatía de aquellos que no gustan del circo futbolero, su resistencia a las  tentaciones de la idolatría, y, claro, su fútbol ofensivo, se sumaban a favor de su encanto de hombre poseído por su propia mente, loco por el fútbol, huraño, seguro de su verdad, huidizo, y, como beneficio de inventario, progresista.

Hombre de mérito, sin duda, ¿pero por qué no nos saludaba? Ni a los velezanos, ni a los argentinos futboleros nos dirigía el menor atisbo de cordialidad. Una vez dijo “masa” al referirse a los hinchas de la popular de Newell’s que ahora le regaló el estadio. Si lo hubiera dicho Sebreli, se entiende el concepto, bastante menos en quien vive de y para los que pagan populares, plateas, cuotas, cable y la involuntaria contribución a Fútbol para Todos, que le permite a su trabajo y al del todo el gremio la posibilidad de concretarse. Sin masa no hay Bielsa. No alcanzan los sponsors que sin masa tampoco sobreviven.

Es posible que nos ame con locura y que no pueda establecer contacto directo con nosotros sin pasar por la mediación de una dirigencia corrupta y de periodistas mal intencionados. Sería una historia trágica, un amor imposible por culpa del poder.

Sin embargo, si esto es verdad, si no hay salida para que se produzca el gran abrazo entre pueblo y Bielsa, al menos es necesario reconocerle todo lo que hace en defensa de su propia salud mental y física. Dejarse seducir por la idolatría nacional, convertirse en un tótem adorado por periodistas y fanáticos, fascinarse con el mundo del halago por ser el mejor, el campeón de todos y todas, ser la gloria de la argentinidad, el Gran Ídolo Argentino, tener impunidad garantizada para cualquier cosa que se haga, ser el mimado del poder, es una trampa mortal. Lástima que no lo supieran Monzón y Maradona, y lo sabe Messi.

Tenemos una versión de la pasión que si no es romántica por el aprecio a la muerte del artista, cristiana por el sufrimiento del Salvador en la cruz, pagana por comerse al gran padre, es en todos casos letal. Maradona resiste porque es una roca. La Pulga se educó en Barcelona, donde la popularidad parece no ser tan caníbal quizás gracias a la tauromaquia en donde se desagotan las energías sobrantes.

Entorno catalán y familia rosarina lo formaron lejos del mundo del fútbol nacional y lo protegieron de la demanda infinita de ser el más grande para siempre, aunque mejor que se cuide porque si no nos saca campeones del mundo corre el riesgo de ser devorado.

Para sobrevivir en el fútbol local hay que conocer el código. Bielsa no transige. No le gusta nuestro medio. Una vez acusó a representantes del periodismo deportivo local de perversos, no exagera, es lo que menos se puede decir de ellos. Se sentía feliz en Chile, no conocemos los detalles de esa felicidad trasandina. Dice que allí conoció el afecto, sintió que lo querían. ¿Nosotros no? ¿No lo quisimos? ¿No lo queremos? Dicen que allí hay más respeto, la envidia no es tan pertinaz, las pretensiones son menores, las derrotas se soportan, la diferencia de clases no se discute cada día ni las jerarquías tampoco, y todo eso hace la vida más tranquila para un hombre sensible.

Pero de todos modos el amor en el fútbol se mide con goles y cuando no los hay, o los hay en contra, ese sentimiento no deja de ser frágil, olvidadizo y recriminatorio. En Chile, en la Argentina, y en el planeta Tierra.

Con nosotros ganó y perdió y lo seguimos queriendo. El Mundial fue una experiencia traumática y lo seguimos queriendo. Todas las veces que se fue sin saludar, lo perdonamos y lo seguimos queriendo. Los chilenos que estaban por el piso con su fútbol derrotado y sin esperanza, disfrutaron del sabor de la victoria y sobre la cresta de la ola lo quieren. ¿Cuál de los dos amores es el más meritorio?
2. El encanto
Le gusta el fútbol de ataque. ¿A quién no? A pesar de que en la liga española haya empatado diez partidos de veinticuatro y se ubique a treinta puntos del primero, ha logrado formar un equipo respetable. El partido del otro día frente al Manchester en el Old Strattford fue vibrante. Un gran fútbol. Emocionante. Le dio al equipo confianza y sus jugadores van para adelante con ímpetu. Por lo general los equipos de Bielsa son dinámicos e intensos, aquí se le agrega “verticales”.
La selección argentina que dirigió durante las eliminatorias de 2002 era potente. Zanetti, Verón, Simeone, Sorín, Samuel, Ayala, Batistuta, Killy, Piojo, Burrito, ojalá hoy tuviéramos al lado de la Pulga a esos gladiadores. No olvidemos que los heredó de Passarella. Lo sabía, lo reconocía, y hasta, creo, lo agradecía.

La dupla Pekerman/Bielsa era y es la mejor combinación para una dirección técnica del fútbol nacional. Las características personales que ofrecían en los medios no son las acostumbradas en la escena local. Uno miraba para el piso mientras susurraba. El otro hacía lo mismo. Los diferenciaba la mirada, humilde en Pekerman, en el otro, penetrante.

Ninguno de los dos es profeta, ni manipulan la simpatía para mostrase como el mejor amigo del hincha, no se escudan detrás de los ídolos ni del poder que los contrata, ni pregonan doctrinas moralizantes.

El otro día en el programa Estudio Fútbol de TyC Sports se armó una interesante discusión en la mesa de periodistas. El actor Horacio Pagani, que interpreta al periodista Horacio Pagani –realización de Chiche Gelblung que convirtió con notable éxito su menottismo populista y puritano en comicidad radial–, confesaba que el fútbol de Marcelo Bielsa a pesar de su europeísmo le parecía que tenía virtudes que antes desconocía. Alejandro Fabbri, que es bielsista, quería saber por qué a pesar de reconocerle méritos con retraso no admiraba a un técnico tan extraordinario como el rosarino. La respuesta fue la que Pagani dio siempre: Bielsa no respeta la identidad del fútbol criollo, el nuestro, el que pregona el otro rosarino llamado César, un arte maravilloso como impensado que casi fue asesinado por Bilardo, pero que es eterno mientras haya una pelota, un pibe y un potrero. Sin llegar al extremo del denostado Narigón, Bielsa, según Pagani, se ha sometido a un estilo de fútbol ajeno a nuestra idiosincrasia.

Apabullante dilema se desplegó en el estudio ya que este asunto de la identidad atrapa a muchos, al menos a Fabbri y Pagani por igual, los dos reivindican el ideario de lo nuestro popular, los dos son progresistas sino peronistas o algo parecido, pero por un asunto de pelotas, se encontraron en la vereda de enfrente.

En la mesa de periodistas se preguntaban frente al incontinente Pagani que llegó a invocar a Dios como testigo de su meditación ensimismada: ¿cómo puede ser que un técnico ético y progresista traicione la identidad nacional? Si hasta la fecha el relato futbolero está encerrado en la bipolaridad: ¿qué es mejor: ganar o jugar bien?, dicho en otros términos: ¿qué es más importante, el resultado o la belleza del juego? El fútbol de Marcelo Bielsa, hay que reconocerlo, parece situar la polémica en otro terreno contiguo al anterior, el de la identidad.

Pagani, que es tanguero, porteño, futbolero y ahora místico, debe tener una opinión autorizada sobre estas cuestiones de identidad. Decía en el programa que todo el mundo reconoce el fútbol brasileño, el italiano, el alemán, el inglés, no veía por qué, entonces, el fútbol argentino no debía ser reconocible. No dio el ejemplo del fútbol español porque es la excepción que confirmaría la regla. Dejaron de ser españoles con su fútbol de furia en el que todos corren y nadie juega, para gozar con el toque infinito con movilidad grupal del Barça y de la selección. A veces hay identidades que es mejor olvidar y novedades que se pueden celebrar.

Además, este dilema que separa a los argentinos y no los deja dormir aunque los mate a bostezos, el de qué es mejor si jugar bien o ganar, en el estado actual del deporte nacional se ha convertido en una nueva opción: ¿qué es peor: jugar feo o perder?

Dejo a los futboleros la discusión sobre este nuevo tema. Despertará las pasiones más extremas. Perder se pierde siempre, pero al menos no jugar tan feo por Dios, dirán unos. Jugar horrible, siempre se juega horrible, pero si al menos no se perdiera siempre por Dios, sostendrán otros.

La afición y el periodismo se arrancarán los pelos por uno u otro miembro del binomio en esta nueva fase del fútbol argentino. Aprovecharán los vientos maniqueos que cavan trincheras en otros ámbitos de la cultura nacional.

Grande Bielsa, gran técnico de fútbol, es parte de una lista de prestigio con Peucelle, Pedernera, Giúdice, Spinetto, Cesarini, Labruna, Lorenzo, Zubeldía, Menotti, Griguol,  Duchini, Griffa, Bilardo, Bianchi, Pekerman, y tantos otros.

Poco tiene que ver el personaje de hoy a cargo de la dirección técnica de un club con lo que otrora se llama “entrenador”, un señor con buzo con una E cosida en la indumentaria. Hoy estos señores deben someterse a figurar todos los días en los medios, explicar derrotas, compartir victorias, responder críticas, aclarar rumores, soportar presiones en medio de intereses opuestos, estar al borde del despido como de la renovación del contrato en una misma semana.

El fútbol argentino apenas sobrevive y los clubes populares luchan por permanecer en la categoría. La financiación depende del Estado. Vive bajo un entramado mafioso en que jugadores y dirigentes están amenazados. Todos se someten a un paraguas político.

Harán reformas faraónicas para ocultar una realidad llana pero inexorable: el vaciamiento de jugadores, de dinero y de público.

No es de extrañar que quien pueda, y no sólo jugadores, emigre, por los sueldos y también por la paz de su alma y de su hogar. Bielsa sostiene que sin juzgar si está bien o está mal, hay cosas con las que no puede convivir. El estado actual del fútbol argentino quizás sea una de ellas.

Lo hemos visto agradecer el apoyo a la afición vasca, retribuir su amor al pueblo chileno, compartir con cierta incomodidad la fiesta por el monumento que le ofrendó ‘la lepra’, algún día también nos tocará a nosotros merecer una palmada en el hombro, y, quien sabe, hasta una sonrisa, o quizás no.

*Filósofo.

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