Cómo cerrar una investigación criminal sin pruebas ni testigos

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La pesquisa por el asesinato de Candela se encuentra empantanada en un punto muerto. Los obstáculos de la estrategia policial. La súbita irrupción del abogado Burlando. La reaparición de Carola. El futuro de la causa.

En el principio de esta trama, cuando Candela Sol Rodríguez aún era buscada por unos 1.600 policías, el ministro de Justicia y Seguridad, Ricardo Casal, solía prestarse con beneplácito a la requisitoria periodística, al igual que el jefe de la Bonaerense, comisario Juan Carlos Paggi, y el fiscal general de Morón, Federico Nievas Woodgate. Pero tras el hallazgo del cuerpo sin vida de la niña en un descampado de la avenida Vergara, todos ellos se llamaron a silencio. Ahora, en cambio, la voz cantante del caso la tienen los abogados.
Tanto es así que, durante el mediodía del miércoles, el doctor Matías Morla –defensor del carpintero Néstor Altamirano– dedicó a las cámaras una revelación explosiva: “Uno de los detenidos rompió el pacto de silencio”. Ese mismo día se anunció que el albañil Alberto Espíndola –otro de los arrestados por el hecho– ampliaría su declaración indagatoria. A partir de ese instante, los medios hablarían de “confesión”.
Luego se supo que Espíndola había recibido una feroz paliza en un sótano de la comisaría de Villa Tesei. Diez hombres de civil y tres efectivos de uniforme le exigían apuntar sobre otros dos imputados: Guillermo López y Fabián Gómez; además, debía vincularlos con un prófugo, cuyo apellido sería Jara. “No nos interesa si la violaron –le susurraron al oído durante una sesión de submarino seco–, lo único que nos interesa es que se hagan cargo de la mochila de Candela”. Lo cierto es que, entre llantos, el albañil denunció en sede judicial el tratamiento recibido. Ello trascendería a la esfera pública a través de su abogado, Alberto Domínguez.
Éste, no obstante, efectuó la siguiente aclaración: “Si se detiene a la persona prófuga, el caso se esclarece”. Se refería al tal Jara, quien –según la pesquisa– sería el tipo que con engaños se llevó a Candela en la fatídica tarde del 22 de agosto.
Mientras tanto, otro hombre del Derecho, el célebre Fernando Burlando, se entregaba a los micrófonos para señalar que el autor del crimen “estaría relacionado con el entorno familiar mediante alguna actividad lícita o ilícita”. No menos llamativo fue que, acto seguido, apelara a la ayuda de “la población carcelaria”. Este penalista con el rostro marcado por múltiples cirugías, botox  y liftings hablaba en representación de su flamante clienta, la madre de la víctima, Carola Labrador, quien acababa de ser aceptada como querellante en el expediente.
“Burlando no le cobra a Carola un sólo peso”, diría al respecto nada menos que Raúl Portal. El ex animador televisivo se expresaba por cuenta del protagonista más increíble de esta historia: el cura Julio César Grassi, condenado en segunda instancia por abuso sexual de un menor a su cargo.
Lo cierto es que el caso Candela dejó de ser un simple episodio policial para apropiarse de características únicamente posibles en una novela negra. De hecho, la muerte de la víctima, lejos de ser el eje de un proceso investigativo que resuelva todos sus enigmas, terminó por ser el disparador de una trama oculta, alimentada con situaciones que van saliendo gradualmente a la luz para guiar los acontecimientos hacia una dirección aún más incierta. E, incluso –como en las películas de Ed Wood–, con personajes llegados de otras historias, como el ya mencionado Grassi.

El especialista.  “Burlando no le cobra un peso a Carola”, repitió Portal, al ser entrevistado por el Canal 26.
En paralelo, un escueto texto originado en el despacho del juez de garantías Alfredo Meade reconocía que “los estudios de ADN realizados a los detenidos dieron resultado negativo”. Los entrecruzamientos telefónicos tampoco arrojaron pistas. Los cierto es que tanto el fiscal Marcelo Tavolaro como los investigadores de la Bonaerense se encuentran abocados, en medio de una batalla contra el reloj, a la tarea de probar que al menos cuatro de los imputados cometieron delitos juntos antes del asesinato de Candela.
Ya se sabe que desde el 23 de agosto –debido a una llamada efectuada por los secuestradores a la casa de Candela para ofrecer la prueba de vida–, los investigadores ya manejaban la hipótesis de la extorsión. También se sabe que ellos no le comunicaron al fiscal otra llamada posterior. Todo hace suponer que éstos actuaban en base a la creencia de tener entre las manos una operación controlada, tal como se le dice en la jerga policial al monitoreo de un hecho delictivo en tiempo real. Es obvio que algo falló. Pero, a su vez, resulta innegable el lazo previo entre los uniformados y quienes ahora están bajo la lupa de la pesquisa. La sola imagen de Hugo Bermúdez –el autor material del crimen, según el juez– al abrazar a los policías que lo arrestaron, da cuenta de ello. En este punto, una aclaración: a pesar de que casi todos los imputados tienen actividades delictivas no ajenas a los intereses comerciales de la corporación policial, ello no quiere decir que haya uniformados implicados en la muerte de la niña. Pero éstos sí conocerían a los verdaderos autores del crimen y quizá también el motivo que los empujó a cometerlo; es posible que ellos estén al tanto de ambas cuestiones, aunque con una grave limitación: la inexistencia de pruebas y testimonios como para construir una acusación creíble.
Es aquí en donde cobra sentido la inesperada aparición de Burlando.
La historia oficial señala que su presencia fue un aporte personal Grassi. Resulta significativo que éste haya reemplazado su tarea de dar los sacramentos por la de conseguir abogados penalistas. La beneficiaria no resultó ser otra que la señora Labrador, quien –siempre de acuerdo a los dichos de Portal– venía siendo “apretada en la fiscalía”. La historia oficial también señala que el nexo entre la mujer y el sacerdote pedófilo es de larga data, y que habría tenido origen en el hecho de que un hermano mayor de la niña asistió a la Fundación Felices los Niños. Y que, inmediatamente tras el secuestro de Candela, Grassi habría estado junto a su madre para asesorarla y contenerla. En tal contexto, el hombre de la sotana la habría contactado con Burlando, uno de los profesionales más cotizados del foro local. Así como lo afirma Portal, es muy posible que los honorarios de Burlando no corran por cuenta de la madre de Candela. Pero no es menos probable que sus servicios profesionales tengan otra fuente de financiación. Y que el protagonismo de Grassi en el asunto no sea más que una fachada. Es que, quienes conocen a Burlando, coinciden en afirmar que no hay caso que él tomaría sin su debida paga.
En su cartera de clientes figuran funcionarios, policías y delincuentes; intervino en casos como el del empresario gastronómico Horacio Conzi, acusado por homicidio; como el de la muerte del cantante Rodrigo –en el que defendió al acusado Alfredo Pesquera–, y también representó a Carolina Píparo, la mujer embarazada que fue herida en una salidera. Pero también se destaca por sus tareas por encargo, como cuando en 1998 fue contratado por el entonces gobernador Eduardo Duhalde para patrocinar a Los Horneros, aquella banda de lúmpenes acusados por la muerte del fotógrafo José Luis Cabezas. En tal ocasión, Burlando adquirió cierta notoriedad en los pasillos de Tribunales por ser el primer defensor que trabajaba abiertamente para demostrar la culpabilidad de sus defendidos.
Tal vez ahora su misión no sea menos compleja. Lo cierto es que este hombre de 53 años volvió a situar a la madre de Candela –denostada por policías, vecinos y periodistas por sus vínculos con presuntos quehaceres delictivos– en el centro de la escena.
En su discurso público, el penalista considera muy importante que “la familia de Candela sea querellante en la causa para así poder ver el expediente, pedir medidas de prueba y aportar ideas”. De su mano, Carolina Labrador volvió a emerger a la luz, luego de haber estado prácticamente tragada por la tierra desde la muerte de su hija.
En su discurso no tan público, Burlando intenta romper el manto de silencio que –al parecer– mantiene la muerte de Candela lejos de su esclarecimiento.
Por eso su insistente mención acerca del entorno familiar.
Por eso su no menos insistente llamado a la “población carcelaria”.

 

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